miércoles, 28 de octubre de 2009

formacion por competencias

Hay muchas acepciones de competencia. Las nociones del pensamiento popular nos hacen pensar en competencia como una pugna, una competición. De entrada conviene dejar a un lado esta acepción, porque cuando en la educación hablamos de competencia, no nos referimos en este sentido. Las competencias con un conjunto de conocimientos (saber), habilidades (saber hacer), y actitudes (querer hacer), relacionados con la forma como el profesional está preparado para resolver problemas de su entorno. Estos componentes tienen que ver con tas facetas del ser humano: hacer, sentir y pensar.
El saber, tiene que ver con los conceptos, definiciones, datos, procesos, y otros elementos intangibles referidos al conocimiento
Las áreas del conocimiento poseen fundamentos, teorías, escuelas, paradigmas, principios, leyes, conceptos, y otra gran cantidad de componentes que deben ser dominados por cada profesional. Un abogado, por ejemplo, debe conocer el principio de la justicia, debatido desde la antigüedad, así como la historia de las leyes y los sistemas de gobierno. Por su parte, los ingenieros deben acceder a una base de conocimientos relacionados con el lenguaje matemático, compuesto de fórmulas, teoremas, planteamientos y reflexiones teóricas indispensables para su desempeño. Todas las carreras necesitan este elemento. Sin embargo, se ha abusado de él, y durante años han preparado profesionales con muy buenos conocimientos teóricos, pero con deficiencias para aplicarlos en contextos reales.
La habilidad se refiere al saber hacer, tiene relación con el dominio de herramientas, instrumentos, dispositivos y equipos necesarios para la actividad del profesional. Hablamos de herramientas tanto externas como internas en la persona. En el caso, por ejemplo de un ingeniero de sistemas, se necesitan habilidades para buscar información, para diagnosticar equipos, para crear programas, etcétera.
Por su parte, un Odontólogo deberá demostrar habilidad en el manejo de instrumentos para el tratamiento oral, en la aplicación de diferentes aditamentos en la boca de sus pacientes, así como tacto en el trato con ellos. Visto desde la habilidad, el profesional se asemeja al artesano. Sus manos son el contacto con el mundo exterior. Mediante ellas, transforma el barro, lo moldea, y hace utensilios en porcelana. En una época donde la tecnología pareciera ocultarle el rostro a lo humano, bien vale la pena reivindicar la condición de artesano, que tienen los profesionales.
Igualmente importante resulta el componente volitivo o actitudinal del profesional. Se necesita querer hacer las cosas. Un profesional con actitud es alguien que demuestra la actitud adecuada ante cada situación. Actitud al aprendizaje constante, al reaprender de los errores, a escuchar a tos otros, actitud de dar siempre el mejor esfuerzo. Sin ese componente, los dos anteriores quedan en peligro, en latencia. Abundan las historias de profesionales hábiles y conocedores, pero incapaces de relacionarse con los demás, de reconocer sus propios errores, o de prestar servicios más allá de sus obligaciones contractuales. Durante muchos años, las universidades se han concentrado sólo en la parte técnica y teórica de los estudiantes en formación; han descuidado el elemento humano de todo profesional. El proyecto de vida, la ética, la estética, el conocimiento y reconocimiento de su entorno, la capacidad para interactuar con otros, de trabajar en equipo, de aprender constantemente, son, entre otras, situaciones y actitudes fundamentales descuidadas en las universidades colombianas. Sólo unos años atrás, se comenzó una reflexión sobre la formación universitaria, donde se concluyó, dadas las equivocaciones del pasado, que de nada sirve formar excelentes profesionales, si no se les reconoce antes como ciudadanos y como personas.
Sólo cuando el saber, el saber hacer y el querer hacer se encuentran equilibrados, se puede esperar un profesional con un desarrollo satisfactorio en su pensar, hacer y sentir. Sólo cuando esto se dé se puede hablar de un profesional competente. De tal manera que no es competente quien domina a la perfección aparatos. O quien conoce todas teorías relacionadas con su área de formación. O quien tiene muchas ganas de aprender. No. Se necesitan los tres componentes. De lo contrario, hay desequilibrio. Veamos un ejemplo.
Hablemos de un Diseñador Gráfico. Supongamos que él es muy hábil en el manejo de los programas de diseño (Corel Draw, Pagemaker, Photoshop, Flash, llustrator, etcétera), y que demuestra excelente dominio de las técnicas de ilustración, corte de papeles, manipulación de materiales y demás. Alguien desprevenidamente, al ver todas las capacidades de este profesional podría pensar que es competente. Sin embargo, si dado el caso se le preguntara a este profesional algún elemento teórico (conocimientos), como qué gama de colores son más efectivas para realizar una señalización en un hogar de ancianos, y él no supiera responder, encontramos un desbalance entre la habilidad y el conocimiento. Un Diseñador no será competente sólo porque sea hábil. Si no posee un capital conceptual sólido, muchas de sus decisiones podrán ser desacertadas. Podrá realizar dibujos bonitos, pero inadecuados al objetivo de comunicación propuesto.
Cambiemos un poco la situación. Sigamos suponiendo hábil a nuestro diseñador, y esta vez también concedámosle grandes capacidades conceptuales para tomar decisiones. Pero supongamos ahora que trabaja en una empresa donde no se siente reconocido por su trabajo, o que tiene problemas en su familia, o que en realidad el Diseño Gráfico no era su verdadera vocación. Es muy posible, en cualquiera de los tres (indeseables) casos, que nuestro Diseñador presente problemas de rendimiento en la empresa para la cual trabaja.
En ninguno de los tres casos podríamos hablar de un Diseñador competente. Tan grave es no conocer, como no saber hacer, o como no querer hacer. Estanislao Zuleta, uno de los más lúcidos pensadores colombianos, decía que nadie nos puede obligar a creer o amar. Se nos puede obligar a cualquier cantidad de situaciones no deseadas por nosotros, ante las cuales reaccionaremos porque no tenemos más remedio. Pero nadie nos puede obligar a sentir, a amar o a creer en algo. He ahí la importancia del querer hacer.
Ninguno de los tres elementos se basta a sí solo para conformar un profesional competente. No basta con simplemente saber si no se pueden resolver problemas reales con eso que se sabe. No basta con el saber hacer porque si no se tienen conocimientos se queda relegado a las posibilidades que da la mera herramienta. Así mismo, no basta con simplemente querer, si no se cuentan con las posibilidades de pensar lo que se quiere hacer y hacerlo.
Resulta relevante indicar, finalmente, que el criterio último para definir el verdadero grado de competencia de un profesional es su capacidad real para transformar el entorno. En el caso, por ejemplo, de un Administrador de Empresas, es su desempeño y el impacto generado por su labor lo que realmente define si es o no competente. Pues seguramente en esa transformación que ha realizado sobre el entorno, habrá requerido elementos conceptuales, prácticos y actitudinales.
Éstas son tan sólo algunas ideas, mínimas, sobre el asunto de las competencias. En realidad, son muchos los autores que han abordado el mismo tema. De igual manera, debe advertirse que las nuevas directrices del men apuntan a la formación y evaluación por competencias. Las pruebas ecaes, dirigidas a los profesionales, se basan precisamente en la evaluación por competencias. Evaluar por competencias supone un cambio respecto a la forma tradicional de evaluación, pues antes se promovía la evaluación de contenidos, en la cual se le hacían preguntas sin contexto a un estudiante, y se esperaba de él que repitiera lo mismo que le habían enseñado. Este tipo de pruebas evaluativos permitía que muchos estudiantes contestaran bien los exámenes, pero no fueran necesariamente buenos profesionales, es decir, fuera incapaces para resolver problemas reales.

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