El cuerpo está ubicado en un espado. La producción de significados a partir del manejo de las distancias se denomina proxémica El cuerpo delimita unos espacios de acción a los cuales unos pueden acceder y otros no. Nuestra habitación es un claro ejemplo de ello. No todos pueden tocar nuestros objetos personales, ni nuestro cuerpo. No soportamos de ciertas personas que estén muy cerca de nosotros; en cambio, de otros solicitamos que estén cerca.La vida institucional de una organización es otro escenario para ejemplificar la vivencia de la proxémica. ¿Quiénes pueden acceder a determinados espacios yquiénes no? ¿Quiénes pueden almorzar en qué lugares y quiénes no? La forma de distribuir los espacios de tas oficinas también habla de intencionalidad comunicativa por parte de quien tiene esta responsabilidad. Un escritorio amplio, una silla grande, detrás de la cual se ven una cantidad de diplomas y reconocimientos... hablan de un jefe que quiere mostrarse distante o imponente ante quienes entran a su oficina.
Una mesa cuadrada o redonda marca diferentes relaciones entre quienes ocupan los respectivos asientos. Si es redonda, se supone muestra igual distancia entre todos. Pero si es cuadrada o rectangular... ¿quién ocupa la cabecera? ¿En qué piso del edificio está ubicada la presidencia? ¿Cuántas puertas deben cruzarse antes de ingresar a ella? ¿Cuántos metros de distanda hay entre los escritorios de los empleados? ¿Se encuentran distribuidos de forma que se den mutuamente la espalda, o uno enseguida del otro? Preguntas como éstas nos ayudan a visualizar la forma como los seres humanos comunicamos mensajes a través de como distribuimos el espado.
Esta distribución da lugar a lugares sagrados, lugares olvidados, lugares comunes, lugares excesivamente visibles, ocultos, transitorios, cómplices, iluminados, oscuros, etcétera. Así lo comprobamos en nuestra casa. Desde pequeños se nos enseñó a respetar espacios como la habitación de nuestros padres; en esa cama sólo se pueden sentar algunos. Igualmente se nos dijo que la gente de la calle no tenía por qué entrar a nuestra cocina o abrir nuestra nevera. La codificación producida al distribuir el espado, está determinada por una codificación previa, que está definida por metros de distancia entre nuestro cuerpo y el resto del mundo.
Fue Edgard Hall quien nos habló de este sistema de demarcación del territorio (los seres humanos también tenemos territorio y estrategias para defenderlo). Dicho sistema funcionaría por capas o burbujas. En primer lugar, se encuentra la burbuja íntima, el espacio preciso de nuestro cuerpo. Sólo nosotros tenemos poder de decisión sobre qué hacer con nuestro cuerpo. No todos conocen nuestra desnudez. A ella acceden pocos. La intimidad es el espacio sagrado del cuerpo. La defendemos con todo tipo de atuendos, llaves, puertas de acceso, manejo de luces, y demás. No permitimos a cualquiera tocar nuestro cuerpo. En la burbuja íntima se dé el encuentro del yo con el yo.
Unos treinta centímetros después de la burbuja íntima, encontramos la burbuja ínterpersonal. En ella interactuamos con quienes conocemos. Es donde se da el intercambio verbal y gestual entre dos o más personas. Importante: este intercambio exige como condidón fundamental el conocerse mutuamente, reconocer el pasado de la otra persona, su origen, su relación conmigo, sus intenciones, sus propósitos, sus objetivos ante la vida y ante mí. En la burbuja interpersonal hablo con mis familiares, amigos y compañeros. Hablo con quienes conozco y me conocen.
Desde el límite de la burbuja ¡nterpersonal y unos dos metros, se encuentra la burbuja social. En ella se registra la aparición casual, no deliberada, de otras personas de quienes se puede presumir quiénes son, pues el espacio en el que se da el encuentro permite intuir algunas pistas. En la universidad, en la calle de una ciudad, o en la empresa, me encuentro con personas cuyo nombre desconozco, pero de quienes sé alguna mínima información: que estudian, viven o trabajan en el mismo lugar que yo. No sé el nombre de estas personas, ni reconozco su rostro, pero definitivamente tengo alguna mínima información para orientarme.
Como ciudadano perteneciente a un grupo social con un pasado y una cultura popular (una cierta forma de sabiduría), puedo reconocer en esta burbuja quién es confiable y quién no. Así que me alejo de quienes sospecho, por su aspecto personal o por su forma de mirarme, que pueden tener intenciones no gratas conmigo. Sin embargo, fácilmente puedo caer presa de los estereotipos: diario ocurre, juzgamos mal a quien va a nuestro lado en la calle o en el bus, por determinada forma de vestir o hablar. Se trata, a pesar de ello, de unos códigos de supervivencia que hemos aprendido a manejar, pues sabemos que los ladrones o estafadores, aparecen justo en la burbuja social, y a través de artimañas buscan ingresar a la ¡nterpersonal. Por eso buscan vínculos con referentes cercanos a nosotros, como tratar de mostrar su parentesco con alguien conocido por nosotros o estrategias similares.
Finalmente, se encuentra el resto del mundo, es la burbuja pública. En ella existen personas de las cuales desconocemos la mayoría de su información. Cuando en casa nos dicen que al trabajar vamos a enfrentar a todo el mundo, nos hablan de las precauciones que debemos tener en esta burbuja. De los demás, sólo sabemos que son seres humanos, seguramente poseedores de un lenguaje, moradores de una vivienda, habitantes de alguna ciudad y país... es decir, aunque no sepamos detalles, necesitamos incluso saber esa información. A estas inquietudes corresponden, precisamente, las preguntas más comunes que intercambiamos al conocer a alguien.
La disposición de estas burbujas se da a como en círculos concéntricos, a través de una rigurosa reglamentación que a diario defendemos. Cuando alguien de otro nivel ingresa en la burbuja no correspondiente, buscamos procedimientos para volver a poner las cosas en orden, como vivimos cuando el metro abre sus puertas, momento en el cual las personas caminan rápido para recuperar su espacio personal; o en un ascensor: al cerrar las puertas se siente transgredida la intimidad, porque tenemos a otros desconocidos más cerca de lo que quisiéramos permitir. Cuando nos despedimos de alguien en un aeropuerto, o en la portería de nuestro edificio, nos encontramos efectuando un ritual mediante el cual oficializamos el paso de la burbuja íntima o interpersonal a la burbuja social o pública. Esto ocurre en el caso de un familiar que se va de viaje, de un hijo que toma su transporte para dirigirse al colegio, de un amigo que se devuelve para su casa luego de haber estado un fin de semana con nosotros, o de un novio o novia con quien terminamos nuestra relación. Dar la bienvenida, es justo lo contrario:
recibir nuevamente en la burbuja íntima o interpersonal, a alguien que se encontraba en otro país o ciudad, es decir, en la burbuja pública. En términos del citado Sebastiá Serrano: "En cualquier sociedad humana, la mayor parte de las actividades rituales -procesos estandarizados de comportamientos sociales- se encuentran al servicio de complejas ideas simbólicas".
Es importante reconocer el manejo del espacio como una de las formas como nos comunicamos, y desde la cual nos comunicamos. El manejo de la territorialidad, sin embargo, no se da sólo en espacios físicos. Cotidianamente desplazamos nuestro territorio en objetos, palabras, personas, olores, canciones, es decir, en símbolos... Cuántas veces, por ejemplo, reconocemos a alguien por sus accesorios, su vestimenta, o sus chistes.
miércoles, 28 de octubre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario